¿Es posible, por medio de la conversión al evangelio, que un miembro de una pandilla pueda abandonarla, mantenerse a salvo, renunciando a las drogas y a la violencia, para buscar un trabajo, iniciar una familia y comenzar un nuevo proyecto de vida?
Para muchos la respuesta será un no escéptico, pero, para los cristianos que han visto este guión repetirse vez tras vez por años, no hay duda que la respuesta será un rotundo sí.
Es tan verdadero que los vecinos que habitan en territorios controlados saben bien de la existencia en las pandillas de la condición de “calmado”. Término que aplican a miembros de la pandilla que se han apartado de las actividades delictivas y violentas para buscar su inserción social. Al presente, la única forma generalmente aceptada de adquirir la condición de “calmado” es por medio de la conversión cristiana.
Esto no significa que no haya casos en los que algunos jóvenes quieran valerse del recurso para evadir su lealtad a la pandilla. El desenlace fatal que sorprende a esos jóvenes proyecta la idea de que no hay escapatoria. Pero, la sobrevivencia de personas que experimentaron una conversión auténtica es el testimonio fehaciente que la condición es reconocida y aceptada.
El tema es ahora materia de investigación para sociólogos, a quienes la incidencia del fenómeno ha llamado la atención. Como sociólogos, no se remiten a explicaciones teológicas sino a construcciones teóricas que den cuenta del hecho.
Una de ellas es que para los miembros de pandillas es relativamente fácil adoptar las normas de conducta de las iglesias con sus exigencias de sexualidad restringida, abstención de sustancias adictivas y fiel asistencia a los cultos cuando, por años, han vivido en la pandilla habituados a códigos estrictos de lealtad.
También mencionan que la asistencia a una iglesia, aparte de proveerles la oportunidad de recibir la baja, les otorga otro tipo de beneficios, tanto sociales como psicológicos, como ayuda para encontrar trabajo, reordenamiento de sus prioridades y reconstrucción de relaciones personales de confianza, después de alejarse de la pandilla.
Para hombres que luchan con su adicción, violencia y relaciones caóticas es un alivio encontrar en las iglesias el camino para establecer rutinas saludables a través del apoyo social y la rendición de cuentas en comunidades cristianas con estrictas guías de conducta y su énfasis en la esfera hogareña.
También se arguye el rol de la emoción en el proceso de conversión y reconstrucción de la identidad, la cual permite a los jóvenes reconocer y descargar su vergüenza crónica de manera pública, escapando de la espiral viciosa que acompaña a las pandillas y su violento código de “respeto”. La catarsis coloca la base de un trabajo, que se extenderá por meses o años, de construcción de una nueva identidad que acata nuevas líneas de acción.
Ya sea que los sociólogos lo llamen “lealtad” y los cristianos “amor”, “apoyo social” o “comunión”, “catarsis” o “confesión”, “reconstrucción de la identidad” o “santificación”, el hecho es que el cambio existe y cada vez se ignora menos en los acercamientos objetivos a la problemática de las pandillas. Que no suceda en este tema que seamos los últimos en enterarnos y podamos mostrar inteligencia al enfrentar nuestros problemas, optimizando el uso de los pocos recursos que tenemos disponibles.
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